La libertad humana y la intervención de Dios

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“La libertad humana y la intervención de Dios”
 
Querido amigo, en tus palabras percibo a veces tu verdadero pensamiento, que sin embargo siempre está demasiado condicionado por la situación particular de tu vida, en parte escogida por tí y en parte dispuesta por Dios providencialmente. Es tu lucha de siempre, que debes vencer ignorandola mediante un continuo acto de gozosa confianza en Dios.
En tema de libertad humana, lo que dices parte muchas veces de un razonamiento falso: “Dios no puede querer el mal, por lo tanto no pudo tampoco querer la cruz para su Hijo... La cruz es signo del Amor de Dios y signo de salvación, en cuanto, para amarnos hasta el extremo, Jesús ha tenido que abrazarla; para dar la vida ha aprovechado lo que la maldad humana le presentava, pero no podía ser querida por el Padre, que quiere sólo el bien”.
El error es éste: que tú supones que la Cruz de Cristo sea un mal. Las cruces que no son la de Cristo son, sin duda, un mal, pero esa Cruz que sólo por amor el Padre ha pedido al Hijo y el Hijo ha pedido ardientemente al Padre,
cruz que es “la suma” de todos los males, se ha convertido en “la fuente” de todos los bienes. “Por amor” ¿a quién? A nosotros. ¿Por qué? Porque desde la eternidad el Padre nos ve y nos ama como algo que Le pertenece, fruto de su Amor; porque nos ve y nos ama como miembros de su Hijo, porque el Verbo Encarnado es “el molde” en que nos ha hecho…
De esa forma, encarnandose, “ha concebido en Sí mismo” a todas las criaturas, a “toda la estirpe de Adán” (cfr. Hebreos, 2,16-17), asumiendo toda su deuda de miserias, de iniquidad, de ofensa a Dios, con todas sus consecuencias. Mi verdadera vida, foto- grama por fotograma, ha sido concebida en la Suya (por eso la Suya es “el Libro de la Vida”); pero aprovechando de mi libre albedrío he deformado muchos de esos fotogramas, mis actos de existencia. Jesús, encarnandose, ha hallado esas deformidades mías y las ha hecho suyas: esa es la razón de cada herida y deformidad suya en su Pasión. Cada llaga mía (que es un mal no querido por Dios, al contrario, odiado por Dios) el Señor la ha hecho suya y de esa forma se ha vuelto un bien de valor eterno, de gloria infinita.
El mal es el pecado, el remedio del mal es la Cruz de Cristo: ¡no confundamos las cosas! El mal (que es el pecado y cada consecuencia suya, hasta la última, que es la muerte) Dios lo permite, sí, pero lo detesta absolutamente; por el contrario, la Cruz de Cristo no la permite, sino que la quiere positivamente, con infinito amor. En cuanto a nuestras cruces, que Dios nunca hubiera querido para sus criaturas, las permite y las soporta con el único fin de que, gracias a nuestra fidelidad y buena voluntad (al buen uso de nuestra libertad), se puedan injertar en la Cruz de su Hijo, para darnos el fruto de la purificación, de la salvación, de la santidad y de la participación a la salvación de nuestros hermanos (la corredención)
Dices también algunas cosas que absolutamente no podemos aceptar. Por ejemplo: 
“La teología moderna considera que Dios no intervenga en cómo va el mundo, ni tenga una solución en este mundo (“mi Reino no es de este mundo ...”), sino que El tenga sólo la última palabra, fuera de este mundo. Que su última palabra, por lo tanto la solución, es en el sentido de que la última palabra no es la muerte, sino la resurrección y la plenitud de la Vida. Dios dice que la muerte es superada por la vida y que después se abre algo nuevo que reequilibra todo. Pero en este mundo El ha querido ser impotente y deja todo a la decisión de la libertad humana que puede escoger el bien o el mal”.
Mi respuesta es que semejante “teología” no sé dónde tirarla. Parece el eco de aquel desafío del demonio tentador: “¿Dónde está tu Dios?” O como los demonios le decían a un alma santa, en el momento de su prueba: “Tu Dios te ha abandonado, ¡ahora eres nuestra!” Con el sofisma de costumbre: es verdad que su Reino no es de este mundo (o sea, de estilo mundano), pero ha de realizarse en este mundo.
Quien dice así, además, echa mano, fuera de lugar, a “la resurrección”, “la muerte superada por la vida”… ¿De qué resurrección se habla? Si es la de Cristo, no ha sucedido “fuera de este mundo”. Si es la nuestra, o sea, la resurrección “de la carne”, de los cuerpos, tendrá lugar “en este mundo”, antes del fin del mundo y del Juício final.
Pero eso no dice nada, porque “vendrá la hora en que todos aquellos que estan en los sepulcros oirán la voz del Hijo del hombre y saldrán: los que hicieron el bien, para una resurrección de vida, los que hicieron el mal, para una resurrección de condena” (Jn.
5,28-29).
Y si hablamos de una resurrección de las distintas situaciones o escenas dolorosas de la vida o de las cruces que encontramos, bien, la resurrección será tan sólo para las situaciones y las cruces injertadas con la Cruz de Cristo.
Por lo tanto no es una especie de cambio automático, fatal, por el que “después se abre alguna cosa nueva y se reequilibra la situación”. Nada de eso. Repito que el mal se convierte en bien, las lágrimas en sonrisa y la muerte da paso a la Vida y resurrección gloriosa, solamente para el que responsablemente acoge la Redención. A los niños
pequeños, a los incapaces, la Gloria se les regala, y sin duda no sin un suficiente consentimiento suyo, que sólo Dios sabe medir. Pensemos en los santos “Inocentes” que hizo matar Herodes por motivo de Cristo: la Iglesia los considera santos mártires.
Luego hablas de la "debilidad" y diría "impotencia" de Dios ante la libertad humana. No voy a recordarte la 1ª Corintios 1,18-29. Te digo sólo que cualquier cosa nuestra puesta en la mano de nuestro Padre del Cielo resulta maravillosa, providencial, divina, aunque sea bostezar. Por el contrario, las cosas grandes y magníficas de los hombres, si no se ponen en sus manos, no valen nada, más aún, producen sólo daños y muerte.
Tú citas un proverbio, que comparto plenamente: "Sólo sucede lo que Dios permite y Dios permite sólo lo que sirve a su proyecto de amor".
Te digo ahora otro súmamente importante: “Hay que saber recibir cada cosa sólo de la mano de Dios y ponerla inmediatamente en mano a Dios”. A fin de cuentas, el más verdadero y útil empleo de nuestra libertad no es tanto el decidir hacer una cosa u otra, sino el “decidirnos enseguida por Dios”, como la Stma. Virgen ha dicho tantas veces en Medjugorje; o sea, decidirnos por su Voluntad, por lo que El dispone para nosotros, y eso se llama “abandono confiado”.
“El verdadero y perfecto abandono dice con hechos: mi vida es Tuya, de la mía no quiero saber nada”, dice Jesús a Luisa. Dios y la libertad humana: pero la libertad humana es don incesante de Dios, que nos sostiene como Creador en cada decisión nuestra, aun cuando nos ponemos contra El y hacemos el mal.
Pero Dios no teme absolutamente ningún mal, porque sabe como convertirlo en bien, sólo si queremos; de lo contrario el mal se queda para nosotros, mientras que en Jesucristo lo ha transformado en triunfo y victoria.
Gracias a Dios tú sabes reflexionar, pero no dejes que se te enreden tantos pensamientos.
Las demasiadas introspecciones tienen el riesgo de hacer que pierdas de vista al Creador y Señor de tu vida. Y estoy seguro de que, ya que tú Lo buscas, no dejará que tú te salgas afuera de las barreras invisibles de su Voluntad, mientras permite que dentro de Ella te puedas mover libremente.
Lo demás te lo dirá El.
 
P. Pablo Martín Sanguiao.