Ardores del corazón de Jesús por la gloria de la Majestad Divina y por el bien de las almas.

Imagen de Esperanza Melara

Septiembre 4, 1901

Ardores del corazón de Jesús por la gloria de la Majestad Divina y por el bien de las almas.

Mi adorable Jesús continúa viniendo, y esta mañana apenas lo he visto, sentía un ansia de preguntarle si me había perdonado mis pecados, por eso le he dicho: “Dulce amor mío, cuánto anhelo oír de tu boca si me has perdonado mis tantos pecados.” Y Jesús se ha acercado a mi oído, y con su mirada parecía que escrutase todo mi interior y me ha dicho:

“Todo está perdonado y te los remito, no te queda otra cosa que algunos defectos cometidos por ti inadvertidamente, y también te los remito.”

Después de esto parecía que Jesús se ponía a mis espaldas y tocándome los riñones con su mano me los fortificaba. ¿Quién puede decir lo que sentía con aquel toque? Solamente sé decir que sentía un fuego refrigerante, una pureza unida a una fuerza; después que me tocó los riñones le he pedido que hiciera lo mismo al corazón, y Jesús para complacerme ha condescendido, y después me parecía como si Jesús bendito estuviera cansado por causa mía y le he dicho: “Dulce vida mía, estás cansado por causa mía, ¿no es verdad?”

Y Él: “Sí. Al menos sé agradecida por las gracias que te estoy haciendo, porque la gratitud es la llave para poder abrir a placer los tesoros que Dios contiene. Pero debes saber que esto que he hecho te servirá para preservarte de la corrupción, para corroborarte y para disponer tu alma y tu cuerpo a la gloria eterna.”

Después de esto parecía que me transportase fuera de mí misma y me hacía ver la multitud de las gentes y el bien que podían hacer y no hacen, y por lo tanto la gloria que Dios debe recibir y no recibe, y Jesús todo afligido ha agregado:

“Amada mía, mi corazón arde por el honor de mi gloria y por el bien de las almas. Por todo el bien que omiten, tantos vacíos recibe mi gloria, y sus almas aunque no hicieran el mal, no haciendo el bien que podrían hacer son como aquellas habitaciones vacías, que si bien son bellas, pero no hay nada para admirar que atraiga la mirada, y por tanto ninguna gloria recibe el dueño; y si hacen un bien y otro lo omiten, son como aquellas habitaciones todas despobladas, en que apenas algún objeto se descubre sin ningún orden. 

Amada mía, entra a tomar parte de estas penas, de los ardores que mi corazón siente por la gloria de la Majestad Divina y por el bien de las almas, trata de llenar estos vacíos de mi gloria, y podrás hacerlo no dejando pasar momento de tu vida que no esté unido con la mía, esto es, en todas tus acciones, sea oración o sufrimiento, reposo o trabajo, silencio o conversación, tristeza o alegría, aun el alimento que tomes, en suma, en todo lo que te pueda suceder pondrás la intención de darme toda la gloria que en tales acciones deberían darme y de suplir al bien que deberían hacer y no hacen, intentando repetir la intención por cuanta gloria no recibo y por cuanto bien omiten. Si esto haces llenarás en algún modo el vacío de la gloria que debo recibir de las criaturas, y mi corazón sentirá un refrigerio a mis ardores, y por este refrigerio correrán ríos de gracia en provecho de los mortales, que les infundirán mayor fuerza para hacer el bien.”

 

Después de esto me he encontrado en mí misma. 

 

 

 

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